jueves, 24 de enero de 2013

El futuro de la Educación



C O M E N T A R I O :

En esta lectura de destacan diversos puntos que nos llevan a concluir que las presentes generaciones están sumergidas en algunas problemáticas tales como el uso excesivo e inadecuado de la tecnología.

No está por demás decir que el uso de la tecnología hoy por hoy es necesaria dentro de las actividades personales y profesionales, pero definitivamente el pensar que es el todo y que a través de ella y solo por ella podemos desarrollarnos, definitivamente sería un error.
Las problemáticas sociales que desata este uso excesivo de la tecnología generan una pérdida de valores, esto es, que básicamente los jóvenes prefieren involucrarse en redes sociales y vivir sus relaciones con otros a través de este medio, restando importancia a la interacción personal (familia, amigos, pareja).
También el articulo destaca la importancia de aplicar la tecnología en los sistemas educativos que mejoren y atraigan a los jóvenes para una mejora en su preparación.  
 

Lectura: La educación en el 2015

José Luis Cisneros* e Hilario Anguiano Luna**


Recurrentemente hemos escuchado hablar del futuro, hoy vivimos una obsesión por tratar de entender como será el mañana, un mañana plagado de una esencia modernizadora, que nos aterra por la incertidumbre de lo que aparecerá en las próximas décadas, pero que, paradójicamente, nos fascina tratar de entenderlo. Los recurrentes cambios, de los que hemos sido testigos, nos han obligado a preguntarnos ¿Tendrá sentido seguir educando a nuestras generaciones jóvenes como lo hemos venido haciendo hasta el día de hoy? ¿Cómo será la educación del mañana? ¿Para qué educarlos? Todas estas interrogantes aparecen ante un horizonte en el que el hombre se configura en un mundo plagado de tecnología, cuyo panorama se encuentra cubierto por claroscuros y por un sinfín de problemas que han caracterizado la vida cotidiana de los sujetos en las últimas décadas. Un panorama plagado por el temor de que nadie sea capaz de detener esta temeraria carrera hacia la destrucción de nuestra propia especie.

Sabemos mucho, es verdad, y hasta podría decirse que muchísimo si comparamos los adelantos de este siglo con la información de la que se disponía en cualquier otro momento de la historia y, sin embargo, no hemos mejorado en nuestra dimensión ética; más bien parecería que el ser humano se encuentra más desorientado y más confundido que antes.
Fernando Savater

Hoy, los adultos de mañana ya están aquí, adultos que, a diferencia de los de ayer, no han crecido bajo la amenaza de una sombra atómica, pero se cobijan bajo la imagen de un mundo capaz de destruirse a sí mismo por el avance de sus propios conocimientos, por el ocaso de los beneficios obtenidos con el desarrollo tecnológico, por la polución de sus referentes valorativos, por la ausencia de utopías, por las nuevas manifestaciones de violencia, por la degradación del campo y por la saturación de las grandes urbes que rompen todo equilibrio posible con su propio medio.

Las primeras generaciones del mañana ya se educaron en un ambiente constante de fracturas, son generaciones a las que les da lo mismo el ayer, que el hoy o el mañana. Son generaciones cuyas expectativas no están claras, pues el mercado de trabajo se encuentra cada vez más restringido; generaciones que no tienen claro cuál es el sentido de asistir a un centro escolar cuyo valor no les retribuye las expectativas que éste les ofrece.

Sin embargo, la escuela continúa aferrándose al mito de los éxitos del ejemplo; un ejemplo que día con día se desvanece al no conseguir sus propósitos, porque ésta, se ha empeñado en continuar, en ser una simple transmisora de información y no de producción de conocimientos.
Esto, sin duda, nos pone frente al dilema de ¿cómo deberá ser la educación del mañana? Sí, aún continuamos ejerciendo viejas prácticas, ancladas en el autoritarismo y en un pragmatismo, que devela una baja calidad de conocimientos que no operan para explicarse los profundos y constantes cambios que aparecen a cada puesta del sol.
Una educación que ya no está centrada en la cosmovisión de un mundo cuya epopeya se anclaba en la grandeza de la humanidad. ¿Tendrá sentido seguir educando a nuestras jóvenes generaciones como lo hemos venido haciendo hasta el día de hoy? Cómo pensar la educación del mañana cuando las generaciones de hoy han sido educadas en la pedagogía de la intolerancia, en la enseñanza sin límites.

Aún cuando la cobertura de la escuela sea hoy más amplia, en comparación con sólo algunos años atrás, ésta continúa teniendo el monopolio del saber dominante. A pesar de ello, se tiene una desconfianza radical de sus efectos. La educación de hoy se ha ganado estos atributos, en parte por la llegada de la modernidad tecnológica, cuyos artefactos han vulnerado el espíritu crítico y creativo de los jóvenes, cuestionando los viejos conocimientos de los “sacerdotes” del saber.

Esta percepción que hoy muchos tienen de la escuela, se debe a que, en parte, hemos sido cómplices de sus acciones; hemos construido nuestras propias trampas y hemos evitado su desenmascaramiento, arrinconándonos en la ignorancia y en la pasividad de unos y otros. No hemos fomentado la lectura y la sensibilidad, hemos matado la imaginación y anulado el aprendizaje cultural de nuestra vida cotidiana.

Hemos aplaudido la retórica de nuestras experiencias pasadas, sin pensar en que el pasado quedó atrapado en el correlato de la ausencia de una práctica de la lectura; ello es, quizá, una de las causas que ha motivado la incredulidad en la escuela.

Las generaciones de hoy parecen tener más información que la que pueden poseer muchos de sus profesores, son generaciones que nacieron del Nintendo y se educaron en las superautopistas del ciberespacio, generaciones de los superordenadores, de los microchips. Son generaciones que han reorientado los límites de la socialización y la creatividad desde la multimedia; al extremo de que, muchas de ellas, tejen sus redes de amistades y noviazgo desde la línea, e incluso, el colmo es que cada vez es más común escuchar que muchos jóvenes hacen el amor por la red. Vivimos un mundo en el que prevalece el cambio, en el que somos poseedores de todo y tenedores de nada; un mundo en el que las costumbres se redefinieron y las formas de interacción social han cambiado profundamente; ello trajo consigo un cambio moral que, hace apenas unas cuantas décadas, era impensable. Se trata de un nuevo mundo, en el que las nuevas generaciones están familiarizadas con los medios de comunicación digitalizados y expresado en formas tridimensionales, que han logrado relativizar el tiempo, con lo cual, cualquier objeto o lugar está potencialmente disponible en cualquier momento; es decir, que mediante “The Web”, hemos creado una especie de metalenguaje.

Son generaciones, a diferencia de las nuestras, que fuimos educados en la certeza de reproducir en el futuro los patrones basados en las experiencia de los adultos, chocan con lo caótico de la nuevas circunstancias; son generaciones que han sido educadas en la inseguridad, en la inestabilidad, en los constantes cambios. Por ello, la escuela no sabe cómo actuar frente a estas actitudes.

Los educadores de hoy no sabemos como actuar frente a estas generaciones, en parte porque —como decíamos— el mito de la educación se sustentó en un camino hacia el “progreso”, orientación que aún es sostenida por muchas políticas estatales. Ello permitió una gran movilización de las nuevas generaciones para exigir su derecho a la educación; sin embargo, esta concepción —junto a las radicales transformaciones de acceso a la  tecnología— ha puesto en entredicho tales juicios, evidenciando sus falsas expectativas y propiciando frustración y tensión social, entre los egresados de la escuela.

Esta tensión se expresa en la saturación y crecimiento desmedido de las matrículas escolares, particularmente en ciertas profesiones; por ejemplo, según datos de INEGI, en nuestro país, de 1970 a 1995 las universidades privadas registraron un incremento en su número de 1 000%, mientras que las universidades públicas aumentaron en 325%. Ello implica un crecimiento de la población estudiantil, que en 1970 era de 210 mil alumnos, a 1 millón 612 mil en 1998, sobreofertando su profesión en el mercado de trabajo; es decir, saturando la oferta, en un mercado que ofrece poca demanda; lo que implica, también, hablar de la impartición de 1 100 licenciaturas.

De esta población de 1 millón 612 mil alumnos, un alto porcentaje continúa prefiriendo estudiar en las áreas de las Ciencias Sociales y las Administrativas; en contraste, las Ciencias Naturales y las Exactas continúan teniendo una baja demanda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario